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  • Foto del escritorLucía Montejo

El baldaquino de San Pedro del Vaticano, de Bernini

Con su personalidad artística polifacética y su capacidad creativa, Gian Lorenzo Bernini (1598- 1680) fue el gran protagonista del Barroco italiano. Aunque nacido en Nápoles, se desplazó en su niñez a Roma y fue allí, en la ciudad papal, donde desarrolló su carrera artística realizando o dirigiendo algunas de las más importantes obras de la Europa del momento. Su contribución al arte barroco tuvo lugar en diferentes modalidades; su capacidad como escultor, arquitecto, escenógrafo, pintor y dramaturgo le permitió combinar diferentes manifestaciones y cultivar el concepto barroco de arte total al servicio de la fe.


Sería precisamente en el ámbito del arte religioso en el que Bernini realizaría algunas de sus obras más destacadas, entre las que sobresale por su relevancia y repercusión su intervención en la basílica de San Pedro del Vaticano, de la que fue artista oficial durante los pontificados de Urbano VIII y Alejandro VII, cargo interrumpido con Inocencio X, que optó por conceder tal favor a Borromini. En el Vaticano urbanizó la plaza de San Pedro y la dotó de la famosa columnata que hoy acoge a visitantes de todo el mundo y, en el interior de la basílica, se encargó de varias obras como la reorganización espacial del crucero y la cabecera con la construcción de la cátedra de San Pedro, la logia y, bajo la gran cúpula de Miguel Ángel, el baldaquino.

Baldaquino de San Pedro del Vaticano, Bernini
Vista del baldaquino y el testero. Foto: Jorge Royan

El baldaquino, construido entre 1624 y 1633, fue el primer encargo oficial que recibió Bernini: se trataba de recuperar el carácter centralizado de la planta del templo mediante el énfasis en la zona del crucero y la cabecera, convirtiendo el área del altar mayor en la protagonista espacial y simbólica de la basílica. Para ello levantó una estructura imponente sobre plintos de mármol, a partir de los cuales se desarrollan las cuatro columnas salomónicas sobre las que recae una composición que imita un dosel textil entre los capiteles compuestos y los fragmentos de entablamento, restringidos a las esquinas y, sobre todo ello, cuatro tornapuntas a modo de cúpula abierta rematada por una cruz. Para su construcción, realizada enteramente en bronce, Bernini tomó el material del Panteón, lo cual suscitó numerosas críticas a pesar del beneplácito del Papa.


La elección de las columnas salomónicas o de fuste de desarrollo helicoidal no fue casual. En efecto, en el Vaticano se conservaban unos restos de columnas torsas que se atribuían al templo de Salomón en Jerusalén. Ya en el siglo anterior Vignola había recogido este tipo de columnas en su Tratado de los cinco órdenes de arquitectura y Rafael las había incluido en sus cartones para tapices sobre los Hechos de los Apóstoles. La difusión del modelo fue progresiva hasta su completa popularización gracias a la inclusión en grandes obras como el baldaquino de San Pedro, donde jugaban un importante papel simbólico aludiendo, con su posición sobre la tumba del Apóstol, al papel de la basílica de San Pedro como digna sucesora del templo de Salomón como meca de la cristiandad.

Baldaquino de San Pedro de Bernini, detalle columna salomónica con abejas
Detalle con follaje y abejas

Junto a las columnas con fuste helicoidal, podemos rastrear otros elementos simbólicos en la decoración del baldaquino. Especialmente destacables son el follaje de vid, alusivo a la Eucaristía y, entre este, las numerosas abejas dispuestas por toda la obra, símbolo de la familia Barberini, a la que pertenecía el Papa Urbano VIII, comitente de la obra, y cuyo escudo cuelga en los doseles superiores.


Con la construcción del baldaquino y su integración en la logia, Bernini generó una potente escenografía capaz de articular el espacio circundante con una concepción centralizada que físicamente se había perdido con la prolongación de las naves y que, simultáneamente, servía de marco a la visión de la cátedra de San Pedro, ubicada en el muro del testero. El palio gigante se configuró, de esta manera, no solo como una continuación simbólica del templo de Jerusalén y una celebración de los Barberini, sino como un dispositivo teatral al servicio de los nuevos conceptos artísticos y estéticos emanados del Concilio de Trento.

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