Georgia O’Keeffe fue una artista estadounidense considerada pionera en el camino hacia la abstracción pictórica estadounidense durante las primeras décadas del siglo XX y conocida, sobre todo, por sus pinturas de flores, vistas de rascacielos, escenas con cráneos de animales y paisajes de Nuevo México.
De la misma manera que otras pioneras de la vanguardia, O’Keeffe es una de las grandes figuras del arte contemporáneo que a menudo ha sido invisibilizada por la historiografía del arte. Excluidas durante siglos de los escritos sobre arte, sin embargo, las mujeres han participado de la creación artística desde la Prehistoria, como se ha demostrado recientemente gracias a los estudios de las manos de las cuevas.
Georgia O’Keeffe destaca como una de las grandes figuras del arte estadounidense del siglo XX y, por extensión, del mundial. Vinculada a algunos de los movimientos más relevantes de vanguardia, fue pionera en una de las rupturas más importantes del siglo: la abstracción. Nacida en 1887 en Sun Prairie (Wisconsin), ya desde los años 10 del siglo XX se perfiló como una de las pioneras del arte abstracto estadounidense, hecho que le ha granjeado el apelativo de «madre del Modernismo», equivalente conceptual y artístico del denominado en Europa arte moderno, que se desarrolló desde las últimas décadas del siglo XIX y, particularmente, durante las primeras del XX con las vanguardias históricas.
El desarrollo artístico de O’Keeffe en relación a la abstracción hunde sus raíces en sus años de formación. En este sentido fue decisiva su estancia en la Universidad de Virginia, donde se trasladó para formarse como profesora de arte en el verano de 1912 y sucesivos. Fue precisamente su contacto con el profesor Arthur Wesley Dow, formado en la prestigiosa Academia Julian parisina y como conservador de la colección de arte japonés en el Museo de Bellas Artes de Boston, lo que marcaría definitivamente su trayectoria: de la técnica de la acuarela resultaría la importancia del color y su tratamiento, mientras que el arte japonés le abriría la puerta al alejamiento de la figuración clásica. La influencia de este sobre O’Keeffe es fácilmente observable en la serie de acuarelas que la artista pintó en los tres veranos que pasó en la Universidad de Virginia (como las vistas de la Rotonda de la Universidad de Virginia) y, paralelamente, su obra evolucionó rápidamente hacia la abstracción formal en ese periodo.
Tras una primera exposición en Nueva York en 1916, comisariada por el galerista Alfred Stieglitz (con quien posteriormente se casaría), se trasladó definitivamente allí dos años después. La estancia le permitió entrar en contacto con los círculos de la vanguardia neoyorkina ahondando en sus experimentaciones en torno al color y la forma. Así, pronto comenzó a crear sus conocidas pinturas de flores y otros elementos naturales como hojas o rocas, centrándose en su representación a partir de la simplificación de sus formas y su visión en primeros planos muy agrandados que, al ser observados, dan como resultado la disolución (al menos aparentemente) del referente figurativo original. Ejemplo de ello son Black iris o Jack-in-the-pulpit, No. IV.
Respecto a estas pinturas de flores que a menudo se han relacionado con la iconología vaginal definida por Chicago y Schapiro, es importante resaltar que su creación fue muy anterior a las contemporáneas de dichas autoras que sirven de base a su teoría y a la eclosión del feminismo en el arte estadounidense de vanguardia, así como que ella misma, llegado el momento, fue abiertamente contraria a las reivindicaciones del movimiento.
En sus obras abstractas sobresalen las dedicadas a la relación sinestésica entre pintura y música, realizadas alrededor de 1920, en las que recoge la teoría desarrollada por Kandinsky en Sobre lo espiritual en el arte acerca de la relación entre ambas disciplinas que, en palabras de la artista, supone la idea de que «la música puede ser transformada en algo para el ojo». Ejemplo de ello es Blue and Green Music.
Además, entre sus obras más destacadas están las vistas de rascacielos de Nueva York o los paisajes de Nuevo México, visiones del desierto con cráneos de animales con ecos surrealistas.
A pesar de que el nombre de Georgia O’Keeffe no es tan conocido para el gran público como los de Pollock o Rothko, grandes representantes del Expresionismo Abstracto estadounidense en sus derivaciones del action painting y el color field respectivamente, su obra ha contado desde siempre con el reconocimiento internacional en el mundo del arte. Prueba de ello es que, ya en la década de 1940, su obra fue objeto de sendas exposiciones individuales en los prestigiosos Art Institute de Chicago (1943) y MoMA de Nueva York (1946), siendo la de este último la primera exposición individual de una mujer en la institución. Además, su obra alcanza hoy una alta cotización en el mercado, con obras cuyo precio ha superado los 40 millones de dólares (en concreto, en 2014 un cuadro suyo se vendió por más de 44 millones; la afortunada compradora fue Alice Walton, considerada la mujer más rica del mundo en 2021).